A veces no estamos en el mejor momento para hablar o escribir, y uno va entendiendo que eso está bien. Con frecuecia, algunos de nosotros queremos tener respuesta a todo, y no todo tiene que suceder de inmediato. Al pasar los años y con las relaciones con quienes me he comprometido en mi día a día, he ido aprendido que, cuando la tensión o la prisa me rodean –hasta incluso agobiarme–, las palabras que elijo pueden marcar una gran diferencia; especialmente cuando busco por esas frases para decirme en los momentos de altibajos o desorientación.
Hay experiencias, conversaciones y trabajos que nos llevan a darnos (o solicitar) el tiempo necesario para reflexionar antes de enviar un mensaje importante o dar una respuesta clave. Si siento que mis pensamientos no están completamente claros, me pregunto cosas que me ayuden a entender ese estado en donde me encuentre: ¿Estoy eligiendo las palabras adecuadas para este momento? ¿Puedo esperar un poco más para que mis ideas maduren? ¿Entiendes por qué te sientes así? ¿Considerarías salir a caminar o distraerte un momento antes de responder?
Las respuestas a estas preguntas no solo me ayudan a validar lo que me pasa o a mantener la calma, sino que también asegura, de alguna manera, que mi comunicación sea más efectiva y precisa –aunque no por ello deje de ser emocional–. Las palabras tienen poder, y no es fácil, todo el tiempo, saber cuándo tomarnos un momento para elegir las correctas. Una elección desmedida e irracional frecuentemente cambiará por completo la dirección de una conversación o un proyecto, y no necesariamente para algo positivo o agradable.
En esta vida llena de prisas, confusas intenciones, temores y engaños, por ejemplo, darnos espacio para reflexionar sobre lo que queremos decir es un acto que considero de profesionalismo, ética y responsabilidad.
Y tú, querido lector, ¿te estás tomando el tiempo necesario para elegir las palabras más acordes para tus situaciones?
Feliz día.
